miércoles, 26 de diciembre de 2007

NEDELJKO ČULJAK


Bosnia Herzegovina, Mostar, 09/08/2006


Lo primero fue comprar el billete de vuelta hacia Dubrovnik. Una vez lo teníamos estábamos más tranquilos. Sabíamos que ese día lo podríamos vivir con la intensidad suficiente como para luego recordarlo desde la paz y el sosiego de nuestra base en la costa adriática croata e incluso desde casa, Barcelona, acompañados de nuestros amigos y unas cervezas. Pero las cosas que trascienden más allá de ese sosiego ponen en tela de juicio cualquier cuestión.

Supongo que Nedeljko estaría en aquella esquina cuando nos salimos de la calle principal para adentrarnos en las calles perpendiculares, siempre más íntimas, interesantes y evocadoras. Y digo supongo, porque yo no reparé en él, sino en los edificios destruidos que había delante de nuestros ojos. Destruidos pero en pie. Me giré y lo vi. Quizás también destruido pero en pie. Nedeljko me miraba y yo a él. Me acerqué y él a mi también. Era un hombre mayor lleno de pelos. Su cara era redonda, sus ojos pequeños y tapados por unas gafas de gran aumento, viejas, enormes y de pasta. Los pelos le salían de las orejas, de la nariz. Él se dirigió a nosotros. Italian o algo así dijo. No, españoles. Ohh, Spanjolac, e hizo el gesto de la cruz, como diciendo, mira católicos. La conversación, una de las más memorables que recuerdo tuvo mucho de gestos y sensaciones, que trascienden por supuesto más allá del idioma, las palabras y la fe en una religión determinada. Hicimos un master en gestos y miradas y Nedeljko al yo extenderle la mano me recogió hacia él y me abrazó y me dio un beso tremendo. Noté su boca mayor ausente de dentadura y también su barba de unos diez días, bastante suave. Casi no reaccioné más allá de la sonrisa y del sobresalto cardíaco. Y nos llevó de nuevo hacia la calle principal con gestos de sus manos que decían venir, venir que os voy a explicar algo que debéis saber. Miraba como asustadizo a un lado y al otro de la calle principal como si no estuviera bien contarle a unos foráneos lo que él pensaba de todo el panorama que le rodeaba. Hotel, dijo, y luego señaló el edificio destruido que había tras entrar por la calle perpendicular donde nosotros nos lo habíamos encontrado. Abrió las manos y sin más ya había explicado como los ataques había sido selectivos. En ese momento todo fue contradictorio, ya que yo supuestamente era un turista y además estábamos alojados en un hotel en Dubrovnik. Pero yo me sentía de los de Nedeljko, pese a que tenía billete de vuelta a Croacia y también a Barcelona. Así es que lo único que nos quedó es darnos otro abrazo y un beso desgarradoramente sincero. Luego nos explicó que ese edificio destruido era el edificio donde él vivía antes de los ataques de los musulmanes y los otros (entendimos que para él estaban locos porque hizo un gesto con la mano levantada y el dedo índice cerca de su cabeza dando vueltas sobre sí mismo). Ahora vivía justo enfrente de su antiguo edificio y claro, cada vez que salía de su nueva vivienda se encontraba si o si con el drama. ¿Quién sabe si allí no perdió a su familia, a sus vecinos o a cualquier ser querido? Cuando terminaba de hablar se quedaba parado y nos miraba a los dos, sonreía y casi lloraba. ¿Por qué Nedeljko nos estaba contando eso a nosotros? ¿Por qué nos abrazaba y nos besaba de aquella manera? ¿Sólo por venir de un país mayoritariamente católico?

Quiso que le apuntara mi dirección y lo hice encantado. Luego era su turno. Sobre aquel coche rojo Nedeljko se disponía a apuntar sus señas. El papel era pequeño y el temblor de sus manazas demasiado pronunciado. No apuntó nada, y tras el amago, nos llevó hacia su portal, subimos unas escaleras y en el número dos nos paramos, señaló la inscripción que había en la placa sobre la puerta. Allí decía, Nedeljko Čuljak. Lo apunté en aquel papel y cuando nos despedimos de él lo miré, después miré a mi compañero de viaje y avanzamos de nuevo por la calle principal.

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