sábado, 3 de mayo de 2008

Crónica de una huída anunciada.

Para Diego:

Me dormía en el sofá con la mosca detrás de la oreja. Esa mosca era el reloj. Un reloj que anunciaba una hora que se quería acostumbrar a la primavera. A esa primavera que se estaba acomodando al verano y miraba huidizamente a la lluvia. Con melancolía. Con la mosca y todo me dormí. Y decidí visitar la cama de mi madre confirmando mi propósito de siesta como dios manda. Así lo hice. Y en ese momento el timbre sonó. El Jordi. Lo oí y me levanté. Fuimos hacia tu casa. Tú habías hablado con él. Y habíais medio quedado. Luego el ping pong y ya por el camino el risk. Se presentaba una tarde de dudas y de bodas por las ventanas. Ping pong a medias, risk nada y percusión cero. ¿Por qué cero percusión? Aquí empieza realmente el porqué de mi crónica de una huída anunciada.

Al llegar a la plaza Catalunya por primera vez, tras estar en la torre del sol, J.C. apareció. Yo la ví. Ella caminaba hacia una dirección que esquivaba mi conciencia. Sé que me había visto. La conozco. Y sé lo inteligente que es. Cuando la gente huye no es difícil verlo. Pero mi conciencia se mostró como tal y decidí ir para tu casa. No tenía ganas de hablar con alguien que no quería hablar conmigo. Sin rencores lo digo. Simplemente por “educación”. Pero los bongos sonaron desde tu casa y tus ganas por sonidos de origen te hicieron salir de la morada. Nosotros presenciábamos resúmenes de la jornada futbolística semicodificados. La sexta se te ve como el culo. Tu mensaje amistoso nos condució a ti. Y allí estaba de nuevo ella. La miré y se fijaba en el concierto. Atenta. Aunque consciente. No en trance como sí parecía estar el calvo de rastas que bailaba como una mecedora. Sabía de mi presencia. Seguro me había visto. Pero me dejó pasar. No tenía ganas de volver a antiguos proyectos. Yo tampoco. Le deseo lo mejor desde luego, pero me sobé, y el café que pedían los ojos del Jordi unidos a tu apego innato por la percusión fueron para mi excusa suficiente para visitar un bar. En el plantaciones, tras visita relámpago al l’Altre, donde hablé con mi primo Toni, qué gran mito, vi a la peor esa que fue confidente de tus relaciones “extra-pareja” y me sentó como un tiro. La tía me miró. Con ojos de postín. Relacionándome con algo. No sé si contigo. Y me entraron ganas de acercarme a ella y preguntarle. ¿De qué huyes? ¿Qué buscas? Pero no quería pelearme. Así es que sólo quise ver a mi hermano y ver fútbol. Un deporte que parece que ahora no puede gustarte. Sólo quería arroparme con la alegría innata de mi hermano y su amigo Javi y salir de una plaza Catalunya que me daba malas vibraciones. Me dirigí al Jordi que estaba en la barra hablando con una pareja y le dije. Jordi me voy. ¿Qué dices tío? Que me voy. A ver el partido con mi hermano. ¿Te vienes? No. Díselo al Diego. Te va a cortar las piernas por los hombros. La pareja alucinaba mientras buscaban explicaciones a tanto argot amistoso y sobeteo de cuellos entre hombres. No encontraron respuestas más allá de una posible hipótesis homosexualoide. Salí de allí hacia mi casa. Miré en plano general hacia la multitud cercana a la música y pese a no verte, te vi. Te noté. Y te envié el mensaje. Sabía que eras mi amigo. Era cojonudo. Poder irme de un bar y de una plaza donde cada uno de mis amigos rondaba por su mente como podía con el permiso de sus sangres respectivas. No pasaba nada. Y eso me gustó. Me gustó mucho y fui cojonudamente feliz. Entré en mi casa tras reflexiones ya contadas y fundé un nuevo espacio. Besé a mi hermano y salimos. El Javi nos esperaba abajo tras diez minutos que fueron uno. Luego fútbol y victoria. Victoria más allá del resultado. Victoria que eres tú. Tú y ese mensaje que me enviaste. Me sudó los cojones lo que escribiste. Eso de que ojalá todos bajaran a segunda. Ese panfleto del momento único y no sé que cojones. Te entendí pero tú no intentaste lo mismo conmigo, porque yo preferí irme a ver el fútbol que me gusta más que ese concierto. Sólo me importó tu mensaje. Que quiso decir lo más grande.

30 de marzo de 2008.

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